Shiva Nataraja, de todas las representaciones de la divinidad, es una de mis preferidas. El Dios que danza, la danza el universo, una danza cósmica que lo engloba todo.

Me ha resultado siempre un amigable recordatorio del cambio, del constante fluir de la vida y de la fortaleza y serenidad de hacer las paces con que sea así.
En la Trimurti hindú (una representación de tres caras) se contienen tres formas de Dios: Brahma -creador-, Vishnu -preservador- y Shiva -destructor- como tres «encargados» cada uno con sus funciones. En esta representación, Shiva Nataraja engloba todas ellas solo con sus brazos, y añade una más, la de ocultarnos o revelarnos su misterio.
En una mano, un tambor, el sonido de la creación. Dicen que el sonido, o el verbo, fue lo primero.
En otra mano un gesto de benevolente preservación (la palma hacia el frente). Esta mano nos recuerda, “todo lo que existe” es gracias al cuidado, al amor, a la preservación. A menudo prestamos atención a los movimientos: “he ganado esto” o “he perdido esto” pero se nos recuerda apreciar lo que existe.
En otra mano, el fuego de la destrucción. Recuerdo de la impermanencia, de la necesaria destrucción y del desapego para avanzar en los ciclos de la vida. Sin ella no tendría lugar el movimiento.
Y en la otra (sí, tiene cuatro), el movimiento de cubrirse el corazón (ocultando su misterio) y el de revelarlo. Incluso la comprensión espiritual del aspirante está reconocida aquí, no como mérito del buscador espiritual únicamente, sino como permisividad, revelación de la esencia del misterio. Aún así, según dicen los sabios, esto no es así realmente. En términos generales, Dios o la existencia, no se oculta nunca, siempre están accesibles, abiertos, permitiendo e incluso deseosos de que se los reconozca. Pero representa el proceso que vive durante un tiempo quien busca la verdad espiritual sobre el juego de la vida (la paz en todo momento); a veces la concibe, a veces parece que se le escapa.
El pelo al viento. Así, despeinado, cómo no, en medio del movimiento.
Con un pie pisa a un pequeño “demonio”, que representa la ignorancia. Ésta sigue existiendo (el demonio está vivo) pero no interrumpe La danza. Tal vez nos viene a decir que, a pesar de que la ignorancia sea parte de la vida y lleve a hacer actos de inconsciencia y aparente falta de justicia, dentro del Gran baile, todo sigue estando “en orden”. Ese “orden” se refiere tal vez a que “la vida sigue”, o a que “la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma”.
El otro pie, el pie de la Gracia, baila lanzado al aire con dinamismo. Representa «yo libero», y nos recuerda la graciosa posibilidad de ser libres del sufrimiento, meta de yoguis, yoguinis y buscadores espirituales de todas las tradiciones y tiempos, y tal vez de todos los seres.
Todo ello rodeado de un halo de fuego, frontera de dos mundos. Englobando dentro todo lo que existe, existió o existirá, conocido o desconocido. Más allá del halo de fuego… solo el Silencio.
Precioso y otecuoss palabras!!!! 🌻🙏💜
Gracias Valeria ☺️