A menudo defino el Yoga, no como los ejercicios que hacemos, sino como el estado «al que nos movemos» que defino como «sin prisa y sin pereza». Es salir de los patrones e inercias, ya sean tamásicas (de pesadez) o rajásicas (de exceso de acción), para llegar a un estado más sáttvico o equilibrado.
Para algunas personas (o para cualquiera, en momentos determinados), la práctica de yoga supone el primer reto de salir de una zona de confort donde quedan protegidas la inercia, el hábito, la pereza, la dificultad para afrontar situaciones nuevas, la vergüenza o la comodidad… En estos casos, el Yoga nos aporta frescura, espontaneidad, sensación de estar más lúcid@s, reolutiv@s, alegres…
Pero hay otras personas u otros momentos en los que sí hay mucha energía en nuestro cuerpo y en nuestra mente, estamos dispuest@s a afrontar retos y, de hecho queremos más. Esto, en principio puede sonar bien, vital… pero en ocasiones puede ser demasiado, cuando no permite que nos relajemos, que estemos content@s y satisfech@s donde estamos, cuando nos hace presionarnos o presionar a otr@s o no nos permite aceptar el ritmo de las cosas o las aparentes limitaciones del momento… En estos casos, el Yoga puede aportarnos serenidad, paciencia, escucha, comprensión, descanso…
Esta pequeña práctica que presento en el vídeo nos puede servir a tod@s, pero habla más a aquell@s que afrontan su experiencia en el yoga (y puede que en otros campos de su vida?) con demasiada exigencia, con algo de competitividad y comparación… e invita a integrar, dentro de ese esfuerzo por querer hacer bien las cosas, la fluidez, la suavidad, la lentitud y la no mente.
Espero que os sirva y disfrutéis. Dejad vuestros comentarios aquí abajo. Gracias 🙂
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