En mi último viaje a la India tuve ocasión de visitar el ashram y mahasamadhi de Anandamayi Ma. Todavía allí es palpable su energía, o así lo sentí yo, un ambiente de calided exquisito, que nada tenía que ver con la decoración, un olor irresistible que nada tenía que ver con el olfato, un silencio inquebrantable, que nada tenía que ver con el oído, solo puedo explicarlo así, su presencia sigue viva y es palpable al entrar al recinto.
Al sentir lo que yo llamé su presencia pude sumergirme fácil y espontáneamente en un estado sumamente dulce de meditación. Y aunque la experiencia fue de silencio total, pude sentir unas cualidades muy femeninas, protectoras, dulces, maternales, alegres, despreocupadas, completamente amorosas que me llevaron a describirla como lo femenino completo, lo femenino de Dios, que no es dual, como la totalidad en su versión más dulce.
Me hizo experimentar la sensación de iluminación, de paz encarnada, de ser completo, a la vez que de estar en el cuerpo de una mujer y de no renunciar a sus cualidades. Me hizo sentir muy claro que ese femenino no era complementario de lo masculino, sino total y completo. Paradojicamente al poder sentirlo de un modo tan dulce y fuerte me reconcilié con una versión más femenina y maternal de mí misma que tal vez en algún momento había identificado como indefensa o débil. Porque a ese femenino, sin dejar de serlo, no le faltaba nada y no se definía en oposición a nada, simplemente era tal y como era, de un modo total.
El momento que ha pasado no vuelve. Se debe utilizar bien el tiempo. Sólo cuando se emplea en el intento por saber «¿quién soy yo?», se ha empleado bien. Tú mismo eres el atma autoevidente: buscar y encontrar está íntegramente en ti.
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